viernes, 20 de mayo de 2011

CLON: Payaso

CLON: Payaso


Había recorrido todo el Este de Londres para hacer desvanecer su recuerdo, dando mil vueltas para repasar su bohemia y miserable vida. Cuando al fin llegó a casa, vio al colibrí golpeando la ventana en busca de refugio, sobrevolando las buganvillas del jardín, como cada día frío y lluvioso de invierno.
Subió las escaleras para desplomarse entre las dos pequeñas columnas salomónicas del porche. Cuando logró despejar su mente, se quitó las botas encharcadas y el pelo enmarañado de la cara.
Quitó el cerrojo de la puerta, mientras esta traqueteaba al ser empujada por el viento. El suelo crujió con el primer paso dado.
Al entrar en el vestíbulo, se detuvo cuando vio de soslayo su pálido reflejo. Repitió dentro de si misma "no llores, no llores más..." Pero su vista se fue nublando y sólo alcanzaba a ver el pardo resplandor de la lámpara que se encontraba al final del pasillo.
De su voz salió un pequeño y penetrante gemido que se desquebrajó con la primera lágrima que cayó.
Nana siguió vagamente su rumbo. 
Tiró las botas, las cuales llevaba en sus débiles manos, y se sentó en el sofá color burdeos del diminuto salón. Encendió con una simple mirada las velas de la habitación, iluminándola suavemente.
La silueta de su gato negro irrumpió bruscamente, llevándose consigo la lámpara de aceite. Estaba agitado, como si de una malévola presencia acabara de huir. Ambos presentaban el mismo aspecto, tanto Nana como su gato tenían sus ojos color rubí, totalmente inyectados en sangre, empapados por la fuerte lluvia. Parecían cansados.
El vacuo silencio inundó la casa, pero este fue interrumpido por un maullido del felino, que seguidamente desapareció en la oscuridad.
Nana se levantó sin determinacion, no estaba dispuesta a recoger los trozos dispersos del suelo, cogió una de las velas y salió de allí.
Subió la escalerilla hasta su habitación. Tropezó con el buró y cayó al suelo, descubriendo, debajo de este, el vademécum que había perdido accidentalmente hacía días. En él había anotado, pluma en mano, cada delirante palabra propia de su locura.

- ¿Acaso me puede amar por mi pálida piel, por mi rubia melena, por mis grises ojos y por  prohibida zona de mi cuerpo, objeto de su lujurioso deseo? - Susurró Nana al levantarse y ver las anotaciones en cada margen.

Se despojó de sus raidas vestiduras, sin pudor...
Al explorar sus desnudas pierna, encontró la culpable del pequeño dolor en su pierna izquierda, una brecha que iba desde la rodilla hasta la mitad de su muslo. Ignoró el detalle.
Cambió su ropaje por uno limpio y seco. Vendó su herida.
El vaivén de los árboles provocaba unos molestos y continuos golpes contra la ventana. La lluvia había cesado, pero una tormenta se acercaba.
Abrió unos de los cajones del buró, intentando encontrar, en medio de todas las buhonerías, una pluma para escribir en el vademécum otro monólogo más, aunque encontró también una aguja e hilo que trasladó inmediatamente al cuarto de baño. Cuando halló la pluma, las palabras fluyeron.


- Dime tú, maestro de marionetas, ¿por qué no logro olvidar, dejar de sentir la daga atravesar mi corazón? - Entonces las lágrimas empezaron a caer otra vez. Se ahogaba en su propio llanto.
>> "Aún recuerdo, ¿cuántas noches han pasado? ... 72 noches... Y todavía siento mi cuerpo tendido en la cama, la luz de las velas iluminando tu silueta inmóvil en la silla de madera. 
¿Recuerdas el calor de mi piel intentando acariciar la tuya, fría e inerte? Yo... Apenas es un recuerdo borroso, poco a poco se ha ido desvaneciendo. Intenté pronunciar, de nuevo e inútilmente, alguna palabra que nos diera consuelo... No brotó palabra alguna.
Fui la bufona de aquella lejana corte tuya a la que llamas "tu reino". No eres más que un gaznápiro, bruto y tosco.
Tu memoria me daba fuerzas para continuar, con un par de palabras me tenías en tus manos, que bien lo sabías... - Rió irónicamente.
>> Nunca lo pensé, nunca lo dije... Odio mi risa sardónica, ¿cuánto tiempo he de fingirla?
He pugnado contra mi durante 462 días, para no caer y dejar atrás la poquedad y acromatopsia que invaden mi vida.
No habrá ni un sólo día más."


Cogió la copa de Salemfroid, aquella en la que bebío una vez y aún tenía marcados sus labios. La rebosó de absenta, para beberla de un sólo trago.
Ebria, no lograba pronunciar nada coherente.
Entró al cuarto de baño y llenó la pila de agua. 
Rompió de un golpe el espejo y se desnudó. Después, cogió uno de los pedazos de cristal, la aguja e hilo, y se sumergió en el agua, empuñándolos.
Al volver a la superficie, pronunció las únicas palabras con sentido:


"Deseabas hasta la última gota de mi vida, hasta mi último suspiro, ¿no es así? - Exclamó, mas se detuvo para musitar finalmente... - Odio mi sonrisa sardónica.


Agarró la aguja y cosió sus labios para no volver a oír ni una vez más esa infernal risa.
Al acabar, la sangre había tintado el agua de un rojo pálido. Seguidamente, empuñó más fuerte el afilado trozo de cristal y los puso entre sus tímidos pechos. Lo clavó, deslizándolo hasta el ombligo. Arrancó su corazón, mientras en el sangriento cristal veía reflejado su cuerpo y la muerte eterna.
En realidad, hacía mucho que había muerto.









1 comentario:

  1. Como ya te he dicho antes, este relato me gusta mucho. Y una cosa que me ha llamdo la atención esque has puesto como imagen a pilar rubio.
    POR QUE? POR QUE?

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